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Entrevista a Maite de Aranzabal (Viña Ardanza Solidario)

Han transcurrido 16 años desde aquella primera aprobación de destinar parte de los beneficios de la bodega a proyectos agrícolas en países desfavorecidos. ¿Qué siente al echar la vista atrás?


Me alegro enormemente de que el Consejo aprobara la iniciativa. No nos podíamos imaginar cuántas huertas, microempresas, pozos o cooperativas  íbamos a sufragar y cuantas vidas mejoradas con ello.

 

La cantidad acumulada supera ya los 1,5 millones de euros gracias a ese 1% de los beneficios de la bodega. Una cantidad elevada pero aún insuficiente.


Es tan injusto el reparto de riqueza, de alimentos, de empleo e incluso de buen clima, que hacen falta muchos más fondos para dar unas mínimas oportunidades a tanta gente desfavorecida. Pero... ¡Ojalá todos los particulares y empresas de nuestros países siguieran nuestra iniciativa! El mundo sería más igualitario, con menos guerras y con menos personas inmigrantes teniendo que dejar sus casas metiendo en un saco sus posesiones.

 

La supervisión de los proyectos financiados es constante, pero imaginamos que verlos in situ emociona.


Depende de lo que esperes. Partimos de una pobreza tan profunda que los avances no son impresionantes a ojos occidentales. Te enseñan huertas que aquí no sorprenderían a nadie pero que, si las comparas con las fotos de las tierras baldías que eran, sí te causan emoción. Y cuando ves que dan de comer a muchas familias y que las mujeres están felices de obtener frutos y autonomía, querrías darlo todo. ¡Si cada accionista viera el agradecimiento y la felicidad de esas personas hasta pedirían donar más porcentaje!

 

 

Uno de los grandes objetivos es que esos proyectos se conviertan en autosostenibles con el impulso inicial de Viña Ardanza Solidario. ¿Qué grado de éxito se ha logrado estos años?

 

Los proyectos dan de comer a muchas familias y les permiten mandar a los hijos al colegio, algo importantísimo. También empoderan a las mujeres permitiendo una mínima ganancia. Pero partimos de sociedades donde, en ocasiones, no saben leer, sumar, ni guardar fondos para imprevistos o inversiones y, lógicamente, a las que nadie les concede un crédito. Y eso es lo que hacen nuestros proyectos: enseñan, poco a poco, a calcular y gestionar, donan microcréditos, llevan agua a los poblados. Además de formar en técnicas más rentables de cultivo y que no destruyan sus suelos. Cuando hay excedentes se les indica cómo ponerlos en el mercado. Pero claro, las carreteras a menudo son intransitables o no tienen medios de transporte. Todo eso hay que mejorarlo. La tercera fase, que hemos conseguido en bastantes proyectos, es la de formar asociaciones o cooperativas. Que las personas se pongan de acuerdo, se organicen y gestionen proyectos conjuntamente ya que resultan más efectivos y rentables. Y a pesar de las dificultades, hemos tenido éxitos enormes en huertas productivas, en escuelas agrarias o cooperativas. En algunas hemos conseguido incluso procesar los productos -arroz, té, moringa, cacahuetes, anacardos o mangos- y hemos podido venderlos lejos en sus países.

 

 

 ¿Qué repercusiones tiene el cambio climático del que tanto hablamos en estos países que apoyamos?

Es un enorme problema. Para 2050 la producción de cereales puede caer entre un 20 y un 50% en el Sahel o para 2030, a causa de la sensibilidad a la sequía del maíz, se habrá destruido el 40% de sus cultivos. También el desierto del Sahara avanza un metro diario hacia el Sur. En la última década, 216 millones de personas están desplazadas de sus casas huyendo de temperaturas abrasadoras y eventos extremos. De ellos, solo un 5% emigra a Europa y el resto se queda en chabolas de las urbes de sus propios países o en inhumanos campos de refugiados en países vecinos. Y esto va a ir a mucho más en los próximos años. Pero aún estamos a tiempo de evitar un 80% de estos desplazamientos si tomamos medidas rápidas para reducir las emisiones contaminantes globales.

 

 


Insiste siempre que puede en animar a más empresas privadas a ayudar con iniciativas solidarias.

Ojalá. Yo todavía no veo grandes avances en la responsabilidad social empresarial de muchas grandes empresas en cuanto a ayuda al Tercer Mundo ni en cuanto a emisión de gases de efecto invernadero. En las pequeñas empresas, cada vez es mayor la conciencia.  Pero desgraciadamente los países pobres y lejanos, llenos de seres humanos ilusionados por prosperar, es como si no existieran.

 

 

También aumenta cada año el número de ONG que nos envían cada año sus proyectos, principalmente en África.

Saben que creemos en el desarrollo de África, que somos serios trabajando, que les seguimos de cerca en sus logros y que, cuando hay problemas, los solventamos e incluso, de vez en cuando, los visitamos. Por cierto, si a algún accionista o empleado, le hiciera ilusión esa visita, le ayudaríamos en la organización.

 

La última. Viña Ardanza Solidario también está abierto a las aportaciones de accionistas, empleados, proveedores, clientes,… ¿Cómo animaría a los lectores a ayudar?

Si no les he animado ya, después de esta entrevista, ¡no tengo nada que hacer! 

 

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